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Rolland de Réneville insiste en que no es posible develar los secretos de la obra baudelaireana sin referirse a Pasqually y Swedenborg. El primero por sus ideas sobre la fatalidad del destino del hombre y el segundo por su doctrina de las correspondencias. La admiración que Baudelaire les profesa se extiende también al matemático Wronski, a Lavater, a Fourier y a Joseph de Maistre, cuyo catolicismo iluminista pleno de resonancias esotéricas “alimenta al poeta de formas ambientales para su especulación sobrenatural”.

Aquí se identifican el ocultista y el poeta. La intuición de las analogías, la voluntad antiintelectualista de captar la totalidad de las cosas acerca los caminos y ambos marchan unidos hacia el reencuentro de un modo primitivo de conocimiento que se revela más allá de las oposiciones. Lo esencial de esta relación radica en el hecho de que, tanto la poesía considerada como experiencia cognoscitiva, como la tradición esotérica, que ha contribuido a esclarecer no pocas obras de arte, coinciden en el plano ascendente donde pugnan por penetrar el misterio de la naturaleza y el sentido de la creación. Experimentada o presentida, esa aprehensión del universo animado y consciente, ha colmado de secreta alegría a los grandes poetas de todos los tiempos.

En ese sentido considera al principio de la poesía como la aspiración humana hacia una Belleza outstanding; belleza que para el poeta se confunde con la imagen del Edén primordial.

En sus ojos azules arde la llama del desconten­to. El es la revolución; él es el hombre peligroso para la sociedad inmersa en el sueño, y también es él el que conoce la Sabiduría Infernal de aquel proverbio que Blake leyera en su Visión Memorable:

Ambas “desviaciones” perdieron su vigencia y hoy pertenecen a la historia del arte o a la de los sueños irrealizados. El surrealismo literario fue fulgurante y positivo, el surrealismo político fue quimérico y muy pronto mostró sus limitaciones insalvables. Pero tanto uno como otro fueron signos exteriores de un pensamiento trascendente, la corteza –ahora caduca, expuesta a la crítica y a las “defunciones” prematuras– que guardaba el verdadero sentido de una memorable pero equívoca insurrección del espíritu.

La experiencia evaluativa­ del tiempo sustituye a esa supuesta dimensión intemporal a medida que declinan las facultades hoy consideradas “paranormales”. El hombre pierde la conciencia de la totalidad, y el triunfo de una de las formas de aprehensión lo confina en los estrechos límites de la percepción sensorial. De la visión indivisa se acentúan con specific nitidez las nociones de causalidad, de tiempo y de espacio, cercenando en la psiquis la imagen whole del universo. El “Logos” desplaza gradualmente al “Mythos”. Lo invisible, lo infinito, se recorta en secciones, en planos, se escalona, mientras el “yo”, oscurece parte de sus facultades de aprehensión en los abismos de lo inconsciente.

Esa hora singular cobró extrema gravedad para Rilke cuando en 1911, frente al mar conturbado por una tormenta inminente, escuchó en la terraza del castillo de Duino, en Istria, una voz misteriosa que le dictaba­ el verso inicial de la primera Elegía:

Los existencialistas no superan la primera toma de conciencia, practican un nihilismo sin salida y se instalan en la historia y en la irrealidad de la existencia angustiados ante la muerte de su personalidad ilusoria. Los surrealistas también descubren en la temporalidad “la dimensión de la existencia” pero, como los pensadores orientales, no aceptan ese destino como definitivo, sino que intentan con técnicas propias anular o superar la condición humana.

Después de Hugo, es Baudelaire quien insiste en afirmar esa intuición elementary del mundo, que las doctrinas tradicionales han pretendido racionalizar en un conjunto de sistemas. Para él, “la verdadera civilización no está en el gasoline ni en el vapor, sino en la disminución de las huellas del pecado initial”. Esta afirmación nos introduce en el universo religioso del poeta, donde se hallan las claves de su obra y de su actitud frente al mundo. La religiosidad baudelaireana es una dimensión imprecisa donde se mueven contradictorias impulsiones y se confunden las filosofías interdictas y los dogmas cristianos con sentimientos personales coloreados por la ficción y la miseria.

Como el shamán, el poeta es también en alguna medida el “hombre diferente”, que crea sobre la fugacidad­ y reactualiza el sentido profundo de su ser, mediante palabras que describen vivencias y contenidos cognoscitivos que in illo tempore posibilitan visit la aprehensión de lo authentic.

Como Nerval y Baudelaire, manifiesta en forma emocional y confusa la strategy socialista de una comunidad fraternal. Aislado por la mediocridad burguesa, se refugia en una posición antisocial y construye su universo privado en las antípodas de la vulgaridad.

Siguiendo el pensamiento tradicional consideran que lo common e infinito es el verdadero fin del hombre. El budismo, el vedanta, el yoga y el zen aportan su sabiduría milenaria­ a muchos de los rebeldes que se aprestan a crear un hombre nuevo.

El Monte Anábrand existe en algún lugar del planeta y su pie debe estar siempre al alcance de los seres humanos tal como la naturaleza los ha hecho, pues “la puerta hacia lo invisible debe ser noticeable”. El poeta decide escalarlo y con un grupo de iniciados, parte a las antípodas bajo el mando del extraño Padre Sogol, especie de Gurdjieff-Ouspensky, que ha comprobado­ racionalmente la existencia del monte y al que Daumal señala como “nuestro mayor en las cosas de la montaña”. Finalmente los aventureros fuerzan la entrada de ese mundo oculto, al que la curvatura de su espacio protege de la curiosidad y la codicia, como una gota de mercurio es impenetrable para el dedo que intenta tocar su centro. La ascensión es difícil, pero Daumal, luego de alcanzar un refugio, retorna al anterior para “enseñar nuestros primeros conocimientos a otros buscadores”. A cada avance le sigue un retroceso, pues es ineludible preparar a los que habrán de ocupar el lugar que se abandona.

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